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martes, 15 de marzo de 2016

LA MUERTE DE JULIO CÉSAR


La sociedad romana estaba muy alterada en aquel año 44 a.C. Los intentos de establecer un régimen autocrático tuvieron mucho que ver, amén de otras conspiraciones... pero el alto número de senadores dispuestos a participar en el complot y a matar a César ¡en el propio Senado! da muestra del estado de cosas al que se había llegado...


Vamos a ver si lo explicamos sin ser muy lioso... Los últimos acontecimientos y sobre todo, el rumor de lo que se preparaba para el 15 de marzo en el Senado, motivaron que Gayo Casio Longino, de la facción de la aristocracia de la República romana, decidiesen pasar a la acción preparando un complot entre los que compartían la idea de dar muerte al dictador librando así a Roma del destino que pensaban que Julio César estaba preparando, y esto era (según ellos) un nuevo Imperio dirigido desde Alejandría... Longino sabía que no iba a ser capaz de convencer a muchos senadores sobre su plan, así que tanteó para poner de su lado y como cabeza visible del complot a Marco Junio Bruto, hijo de Marco Junio Bruto el Viejo y Servilia... ¿Ehh? ¿Hijo de quién? Pero... ¿Sorprendidos? Mirad, cuando nació Bruto, César tenía 15 años, y la relación entre César y Servilia empezó diez años más tarde... lo demás es prensa rosa...



A lo que íbamos... Se dice que ambos estaban de acuerdo en que la libertad de la República estaba en juego, pero cada uno tenía un punto de vista diferente respecto a cómo actuar... Bruto no quería ir al Senado el día 15 y prefería una protesta pasiva mediante la abstención. Longino insistía en que como ambos eran pretores, estaban obligados a asistir. Así que Bruto, que era un exagerado, declaró que solo le quedaba oponerse al proyecto de ley y morir antes de ver expirar la libertad... Longino le quitó de la cabeza esa idea, y le convenció que quien debía morir no era él, convenciéndole finalmente de su plan.


Como se esperaba, el nombre de Marco Junio Bruto atrajo adhesiones interesantes a la causa, alcanzando el número de 60 conspiradores... algunos movidos realmente por un manifiesto sentido de salvación de la República, pero otros, por envidias y rencores, contaminados por la idea de que ellos no podrían llegar jamás al poder si César acaparaba todos los poderes... así que entre todos decidieron por unanimidad atentar contra César nada más y nada menos que en el Senado. De esa manera, parecería un acto para la salvación de la patria (tan patriotas estos aristócratas...), los senadores, testigos del asesinato, declararían su solidaridad y su muerte no parecería una emboscada. Todo perfecto. Además, algunos querían adjudicar los bienes del difunto al Estado, anular sus disposiciones ¡e incluso arrastrar su cadáver al Tíber!

El 15 de marzo del año 44 a.C., coincidiendo con los idhus (que mañana te contaremos lo que son), un grupo de esos senadores conspiradores convocó a Julio César al Foro, para leerle una petición con el fin de devolver el poder real y efectivo al Senado. Marco Antonio, al que Servilio Casca le había hablado de la posibilidad del complot (como veis, cotilleos y escuchas de unos y otros) corrió al Foro e intentó parar a César en las escaleras, antes de que entrara a la reunión del Senado. Pero los conspiradores (entre los que había ex-pompeyanos a los que César había perdonado la vida y sus bienes, e incluso confiado para la administración del Estado como Casio y Bruto, que fueron gobernadores provinciales) interceptaron a César justo al pasar el Teatro de Pompeyo y entre todos lo condujeron a una habitación anexa. Tulio Cimber se adelantó a los demás y le entregó la petición y cuando el César comenzó a leer, Tulio tiró de su túnica, a lo que César (que por ser Pontifex Maximus, era jurídicamente intocable) le advirtió furiosamente "Ista quidem vis est?" que viene a decir ¿Qué clase de violencia es ésta?. En ese momento, Casca sacó una daga (aunque estaban prohibidas dentro del Senado) y le dio un corte en el cuello, pero César se giró rápidamente y le clavó su punzón de escritura en el brazo gritando "¿Qué haces, Casca, villano?". Casca, asustado, gritó en griego "¡Socorro, hermanos!", e inmediatamente todos se abalanzaron sobre el dictador. César corrió y buscó salir del edificio pidiendo ayuda, pero, cegado por la sangre, tropezó y cayó en las escaleras bajas del pórtico... Julio César recibió 23 puñaladas, de las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax, fue la mortal.


Tras el asesinato, los conspiradores huyeron por toda Roma, dejando el cadáver a los pies de una estatua de Pompeyo. De allí lo recogieron tres esclavos públicos que lo llevaron a su casa en una litera, y de donde Marco Antonio lo recogió y para mostrarlo al pueblo. La ciudadanía quedó conmocionada por la visión del cadáver.

Poco tiempo después, los soldados de la XIII Legión, creada por el propio César el año 57 a.C. tan unida a César, incineraron el cuerpo de su líder. Luego, los habitantes de Roma, con gran tumulto, echaron a esa hoguera todo lo que tenían a mano para avivar más el fuego.

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